Carta postuma.

Y un día de sucedió de repente, no supe cuándo, no supe cómo, pero trascendimos, rompimos nuestros lazos para descubrirnos amándonos el uno al otro. En libertad. Más allá de toda etiqueta, más allá de toda promesa y todo pacto. Y me esforcé en honrar mi palabra, cada día en que mantuvimos unidas nuestras manos. Y te esforzaste, en que no me olvidara nunca de reír, aun y cuando el dolor te ataba a la cama. Reías, mientras la sangre se escapaba. Y fuiste mi hogar y yo fui el tuyo. Mi amante, mi familia y mi mejor amigo. Hasta que un día sucedió de repente (y bien supe cuándo y bien supe cómo) que la última sonrisa se elevó por la ventana. Y mantuve sujeta las manos, y tu risa volvió para quedarse a mi lado. Muchas veces me había enamorado, contigo aprendí a amar amando, libre.

Y pasaron los días, y pasaron los años. Y tu recuerdo se volvió mi refugio. Me dijiste adiós en un sueño, me dijiste sigue adelante y te fuiste, lentamente entre la niebla del bosque de la memoria. Si, soy un niño que sueña, y soy un hombre que cumple. Me esfuerzo, cada día, en cada momento y no dejare de reír mientras tenga aliento para hacerlo (e incluso quizá aunque no lo tenga).

Y así fue que un día, sucedió de repente, que otra mano sujeto de nuevo la mía. Y es verdad que tengo miedo, y es verdad que a veces pienso que he olvidado como hacerlo. Piensa menos y vive mas, escucho. Y es que de esa trata la vida, de tomar riesgos, de sujetarte y de soltarte, de caerte y levantarte, de reír a carcajadas hasta que te duele la panza, de llorar hasta limpiar tu alma, y de aprender a amar amando, amándote.