Conocí a una señora que se dedicaba humildemente a barrer las nubes, todas las mañanas a la misma hora.
La vi primero desde la terraza de un castillo que se encuentra aun mas arriba de las nubes, un día en que las ramas que crecen de mis antebrazos se extendieron hasta el cielo y pude trepar por ellas.
La señora era mayor, pero muy hermosa. Sujetaba su escoba con firmeza y una a una iba barriendo las nubes hasta acumularlas todas sobre un bosque. Entonces, el peso de las nubes hacia ceder al cielo y estas caían a torrentes sobre los arboles.
Yo la veía barrer desde el castillo, y ella, descubriéndose observada levanto la vista y me miro a los ojos. Sonrió y el sol se dibujo en el horizonte. Amanecía, y yo debía regresar a casa.
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