boca abajo,
una completamente blanca
y una ligeramente roja.
Pesan. Mi mano suda.
Y en mi pecho, se escucha la angustia crujir.
Mi cuerpo desnudo entre dos puertas
semiabiertas.
Una mirando al frente, me ciega.
La otra a mi espalda, me hiela.
Se cierran. Mi ojos también.
Y mi corazón se va corriendo delante de mi.
Las puertas se traban por siempre.
Las cartas caen hacia la eternidad.
Y yo? Intangible y congelado.
Destinado a mirar desde la penumbra
- a través de parpados etéreos,
por siempre… hasta la eternidad.
eugenio abraham
julio 2009
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