Te miro de frente para contemplarte en tu totalidad; en tus ojos busco esa chispa que me lleva a seguir adelante. Se que sabes cuanto es que te necesito, no obstante te lo digo, pues se que el escucharlo te provoca: Necesito de tu respiración, de tu vitalidad. Te necesito fuerte, firme y con la convicción de encarar a la vida y luchar por alcanzar tus metas, por defender tus ideales.
Una repentina lágrima que brota y recorre tu mejilla me recuerda de tu fragilidad a la vez que te da un aire único de grandeza. Si, esa misma fragilidad que escondes pero que conozco tan bien, y es que nadie mas podría comprenderte como yo. Tal vez no pueda ser el hombro en el que lloras mas si soy confidente de tus penas y depositario de tus alegrías; y es por eso, y solo por eso, que puedo conocer el misterio de tus lagrimas. Por ejemplo, puedo distinguir que estas en particular son ligeramente calidas pues al recorrer tu piel dejan un leve tono rosado, y no el azul pálido de tus lagrimas frías. Toma; enjuágate con estas manos... Pero espera! No lo hagas aun. Por favor deja a las lagrimas llegar hasta el borde de tu rostro para que te calienten un poco más la tez. Déjalas brotar, déjalas expresarse. Cada una tiene tanto que decir, cada una tiene tanto para agradecer, cada una es un motivo más que te devuelve la sonrisa. Si en este momento te preguntara por que has llorado, se que tu respuesta sin duda simplemente seria : por que he podido. Y no podría sentirme más orgulloso de semejante contestación.
Te miro de frente para contemplarte en todo tu esplendor. Y finalmente, cuando coloco en tu mejilla un beso con mi mano, se que no me hace falta mirarte más: tengo la seguridad de que te amo. Así que mientras le doy la espalda al espejo y dejo tu imagen atrás, te llevo conmigo y me dispongo a enfrentar un nuevo día: Con el alma limpia.
eugenio abraham
14 de enero, 2004.
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